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Quienes somos
Somos un grupo de estudiosos de todo el mundo, docentes universitarios e investigadores, que creemos en la Cultura de la Vida. En la Encíclica Evangelium Vitae del beato Juan Pablo II encontramos energías, luces y fuerzas para comprometernos con la promoción y defensa de la vida humana en todas las fases de su existencia, desde su concepción hasta el tramonto natural.
Nuestro Instituto de Bioética de la Universidad Católica de Cuyo -Argentina- y sobre todo, muchos miembros de la Pontificia Academia para la Vida de Roma, nos prestigian con su generosa colaboración.
La Enciclopedia es una obra de consulta dinámica, gratuita y universal. Está dirigida a los alumnos, docentes, investigadores y público en general que deseen profundizar en la variada y rica temática de la Bioética.
Nuestro propósito
Entre los graves propósitos de la educación cristiana se encuentra el de iluminar los problemas del tiempo presente desde la luz natural de la razón y la luz de la fe sobrenatural. “Fe y razón son como dos alas que posee el espíritu humano para elevarse al vuelo de la verdad”, nos decía el beato Juan Pablo II en su Carta Encíclica “Fides et Ratio” nº 1.
De acuerdo a los lineamientos de “Ex Corde Eclesiae” y la de todos los documentos del Magisterio de la Iglesia, las Universidades Católicas deben arrojar claridad sobre los problemas que nuestras sociedades, en permanente movimiento de cambio, nos presentan. La Bioética, inspirándose en el personalismo ontológicamente fundado, posee la pretensión legítima de iluminar el presente, valiéndose de la mejor tradición filosófica y teológica, en lo referente a las cuestiones de la biomedicina. Desde Aristóteles al presente, contando con la luz del gran maestro Santo Tomás de Aquino, y sumiendo el dato más serio de la ciencia contemporánea, queremos contribuir a promover el augusto don de la vida humana, regalo de Dios Padre. También, la Bioética abre perspectivas de futuro, pues “mira lejos” y avisora horizontes de pensabilidad.
Quienes consulten la Enciclopedia tendrán la amplia posibilidad de conocer los datos científicos más actuales sobre la biología y la medicina, así como la filosofía, el derecho y la teología católica.
El modelo antropológico personalista ontológicamente fundado es el más adecuado como marco teórico por ser expresión de una seria reflexión racional sobre la realidad toda y el centro de la sociedad misma: la persona humana. Ésta vale en sí misma y por sí misma y no en razón de otra cosa; único ser visible que no pertenece a la categoría de los bienes útiles o instrumentales y por ende se resiste a ser tratada como medio. Entendemos que el hombre –imagen y semejanza de Dios- ha de ser defendido en todas sus dimensiones. El hombre es persona por el hecho de ser humano, con independencia de su capacidad de ejercitar determinados comportamientos o de ejercitar funciones específicas como la volición, la perceptividad o la racionalidad. Por tanto, el hombre es más que sus actos; se es persona, incluso en el extremo de que no se comporte como persona. Es una totalidad física, psíquica, espiritual, social. La espiritualidad, el elemento metafísico, es la condición y el fundamento de lo psíquico, de lo físico y social.
Por el solo hecho de existir, todo ser humano debe ser promovido y respetado. Se debe excluir la introducción de criterios de discriminación, en cuanto a la dignidad, en base al desarrollo biológico, psíquico, cultural o estado de salud.
Como se puede apreciar, lo que es afirmado aquí es la igual dignidad de todo ser humano, por el solo hecho de haber venido a la vida1. Frente a este principio, quedan en segundo lugar la inteligencia, la belleza, la edad, la enfermedad o la raza. Todo hombre vale por sí mismo, y es la “única criatura amada por Dios por sí misma” (Gaudium et Spesnº 24). La dignidad de la persona es una perfección constitutiva e intrínseca, es decir, depende de la existencia y características de su ser, no de la posesión o capacidad de ejercicio de esas u otras cualidades. Dicho de otro modo, se es persona o no se es, de manera radical, pero no se puede ser más o menos persona. La dignidad no es una concesión de la comunidad civil: es algo estable y propio de la naturaleza humana. A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona. Este principio fundamental expresa el gran “sí” al don de la vida humana, que debe ser puesta al centro de la reflexión ética.
[1] “Persona significat id quod est perfectissimun in tota natura”. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 29. Nos parece atinada la expresión, a modo de comentario, de Juan Manuel Burgos: “en nuestra época, esa perfección tiene un nombre específico: dignidad. La persona es el ser digno por excelencia por encima del cosmos, la materia, las plantas y los animales”. BURGOS, J. M., Antropología: una guía para la existencia, ed. Palabra, Madrid, 20032, pág. 48. Por eso solo la persona humana es digna en sentido pleno y radical. Cfr. SEIFERT, J., “Dignidad humana: dimensiones y fuentes en la persona humana”, en AA. VV., Idea cristiana del hombre, EUNSA, Pamplona, 2002, págs. 17-37.