BIOÉTICA: NUEVO ESPACIO PARA FILÓSOFOS Y TEÓLOGOS

ÍNDICE

1. Introducción
2. Filósofos preocupados
3. Teólogos en diálogo
4. Conclusión
Notas
Bibliografía

Bibliografía

  1. Introducción

La razón en permanente movimiento, busca sin cansancio que el hombre descubra su lugar por sobre las cosas, de suyo, de menor valor. Sencillamente porque no es una cosa excelente entre las cosas. Con el don de la fe, pueden y deben conformar un rico entramado donde la inteligibilidad de lo real puede expresar lo mejor de sí. Pero como sabemos, la historia del pensamiento nos da cuenta de que las relaciones razón-fe no siempre han sido caracterizadas por el diálogo fecundo.

¿Cómo ha sido a lo largo de la historia esta relación? ¿Qué dimensión cobra esta relación en la actualidad, donde la preocupación de la mayoría de los filósofos no pasan por las cuestiones de fe?. Esto no era así en el Medioevo. Allí la sintonía de fe y razón se daba en modo ejemplar. Me remito aquí a la magistral obra de Charles Taylor, La Edad Secular. Pero volviendo a la pregunta primera, hay que decir que los grandes teólogos de la historia han leído -ávidos- a los filósofos que dejan huellas. Unos y otros, se aproximan, para decirlo con un término caro a Jean Grondin, más de lo que se piensa y en un primer momento aparece.

A muchos filósofos hoy les embarga la cabal preocupación de la bioética. Y lo mismo sucede con teólogos especializados en moral, quienes son interrogados incesantemente por sus alumnos y la sociedad en cuestiones bioéticas. La significativa actualidad de la interdisciplinaria ciencia bioética – nueva “cuestión social” semejante a la de los obreros de fines del siglo XIX – ha “reunido” en su mesa de debate a médicos, biólogos, juristas, legisladores, filósofos, teólogos y varios actores más. Es un escenario relativamente nuevo y cargado de propuestas, ilusiones, derrotas y esperanzas. No siempre el diálogo arriba a una conclusión coherente. En ocasiones hay acuerdo al menos para mínimos morales.

En esta publicación volcamos nuestra mirada hacia los filósofos y teólogos que están en diálogo secreto, quizá sin saberlo, pues se ocupan de temas de bioética con la fuerte preocupación de querer prestar un servicio al hombre. La bioética esta vez es “puente”, pero no como la pensó Van R. Potter en los inicios de los setenta, sino puente en cuanto espacio de comunión y comunicación entre filósofos y teólogos.

  1. Filósofos preocupados

Los filósofos principales de la historia han buscado la teología como fuente de saber, como relato paralelo, un “decir” distinto desde otro puerto, e incluso como negación de sus propios ensayos. Los mejores filósofos siempre fueron también muy interesados por la teología. Para nombrar solo algunos pocos: Agustín, Anselmo de Canterbury, Tomas de Aquino, Occam, Suarez, De Vitoria, Descartes, Spinoza, von Leibniz, Kant, Schleiermacher, Fichte, Schelling, Hegel, Feuerbach. Fueron todos destacados filósofos, pero también teólogos de alto nivel y asiduos lectores de las páginas sagradas. Podríamos decir que Francisco de Vitoria, trataba temas que hoy serían ámbito específico de la bioética, pues ahondaba en la identidad, dignidad y derechos de los nativos del Nuevo Mundo. Agustín y Tomás de Aquino se interrogaban por las dimensiones varias de lo humano, desde el pecado original hasta el destino de inmortalidad, pasando por el catálogo de vicios y virtudes. Hoy sus enseñanzas adquieren vigencia plena y sirven de plataforma necesaria del edificio de la bioética y el bioderecho.

En la tradición de la filosofía alemana –rica y profunda- Kant y todo el Idealismo Alemán son inimaginables sin la reflexión teológica. Lo mismo se diga de ciertos autores como Nietzsche, quien fuera hijo de un pastor; Dilthey, quien trabajó sobre el aporte teológico de Schleiermacher, y, por supuesto, de Martin Heidegger, quien comenzó su carrera como candidato al sacerdocio. Heidegger, de difícil clasificación, fue sin embargo uno de los últimos más importantes filósofos quien entendía muy bien el estado de la teología. No solo su entrada a la vida comenzó con la teología y filosofía medieval, sino que Heidegger tenía discusiones intensas con teólogos de Freiburg y Marburg, incluso unas destacables con Rudolf Bultmann. Él mismo escribió sobre teología y en ediciones teológicas. En una bien conocida conferencia de 1927 sobre “Teología y Fenomenología”  el pensador de la Selva Negra dio cuenta cabal, de la relación entre filosofía y teología, recién publicada en el año 1969. Heidegger fue quizás el último pensador mayor que fue tan comprometido con la teología. Después de él, la filosofía se volvió quizá,  “menos” teológica. Aunque en materia de ética, su aporte no adquirió el vuelo que se podría pretender de una mente lúcida[1]. Quizá nos sirvan sus reflexiones en torno a los riesgos de la técnica.

Interesados por el saber teológico y aunque en direcciones de variada especie, tenemos el caso de Ernst Bloch, cuya filosofía marxista de la esperanza intrahistórica tendía –desfigurada- a la teología, e influenció la conocida “teología de la esperanza” de Jürgen Moltmann, el Existencialismo Cristiano, que trabajó categorías como el hombre-misterio y no sólo el hombre-problema, o la muerte y su deseo de inmortalidad, o la esperanza como vida que se autodefiende. Las hojas literarias y filosóficas de un Gabriel Marcel van en esta dirección. Figuras como Hans Jonas con su influencia por el “Principio Responsabilidad”, Paul Ricoeur, Hans-Georg Gadamer, Jean Guitton, Alberto Caturelli, Franco Volpe y algunos más, dan cuenta cabal de lo que estamos intentando probar en este trabajo.

En la mayor parte, los filósofos terminaron de seguir de muy cerca los debates dentro de la teología. Esto es, por supuesto, evidente para la filosofía analítica, que es muy difundida en el mundo de habla inglesa, y que se presenta como muy alérgica frente a la teología y cualquier tipo de discurso que trasciende el reino de lo empíricamente verificable. A pesar de sus raíces, la filosofía continental también fue mayormente anti-teológica. Esto es cierto para corrientes como el existencialismo (que Jean Paul Sartre marcó como una forma de ateísmo militante), estructuralismo y post-estructuralismo, que han sido altamente influyentes. Esto también se refiere a la crítica de ideologías en el molde de la Escuela de Frankfurt, también si autores como Adorno y Horkheimer tuvieron nostalgia por lo “totalmente otro”, pero de tal modo “totalmente otro”, fue entendido mayormente como otro asunto  social.

Debemos al Prof.. Jean Grondin el aporte que él percibe con claridad de una nueva proximidad entre filosofía y teología. El declara con excesiva humildad que no puede hablar con competencia alguna de la proximidad de teólogos a la filosofía, pero creo que esta ha existido siempre, y que muchos teólogos han seguido influenciado por los desarrollos filosóficos, y esto tanto, que realmente parece que los teólogos a menudo han hecho menos teología que filosofía, incluso, hasta sociología[2]. Con esto quiere decir que los filósofos son hoy más receptivos al discurso teológico. Algo así –agrego de mi cosecha- como los historiadores hoy son más receptivos del dato histórico-bíblico, desde la contribución de los Annales y la historia de las mentalidades. Si todo es fuente, la Sagrada Escritura pues, tiene una palabra veraz que decirnos y una luz para encender el intelecto.

El primer ímpetu contemporáneo probablemente vino de un autor como Emmanuel Lévinas quien se esmeró fuertemente sobre su propio trasfondo judío (también un pensador de valía como Franz Rosenzweig) de llamar a la filosofía que retroceda a sus propias cuestiones y la  urgencia de lo ético, que el describió en términos muy verticales, hasta teológicos, cuando habló, por ejemplo, de la epifanía del Otro o de la santidad como donación gratuita y responsable. Algunas declaraciones del episcopado francés en los ochenta, de temas de bioética, no ocultan su influencia al hablar por ejemplo del “rostro humano del embrión”.

La insistencia de Heidegger en la ontología y la tradición metafísica (rescatar al ser de su olvido) propulsó a una generación de hombres de letras como Jean-Luc Marion y al brillante Michel Henry a descubrir puentes de diálogo entre fenomenología y ontología, sobre todo al analizar la experiencia de amor y caridad gratuita.

Podemos nombrar también a Jacques Derrida, quien inicialmente aparecía como un estructuralista genuino o un post-estructuralista ya que reclamaba que todo era un texto y que estamos confinados a estructuras linguísticas. Pero más tarde, resultó aparente su propio pensamiento sobre la estrechez casi “mística”: el confinamiento del lenguaje taparía una cuestión de algo que nunca puede ser dicho. Junto con Gianni Vattimo, Derrida publicó un volumen colectivo sobre religión en que aparece muy sensible al “re-surgimiento” del fenómeno religioso, y por ende de una nueva proximidad entre filosofía y teología. La ética no estuvo ausente en el temario.

Vattimo quiere interpretar la historia del cristianismo en términos de secularización. La encarnación de Dios representaría una forma evidente de desacralización o debilitamiento de lo sagrado, lo cual resultaría positivo según el turinés, porque anteriormente lo sagrado habría estado asociado al sacrificio y a la violencia. “El debilitamiento es una visión de la modernidad como verdadera realización del cristianismo en términos no sacrales”[3]. Llegará a decir –erróneamente- que el pensamiento débil es la única filosofía cristiana practicable en la actualidad, pues seculariza el cristianismo sin liquidarlo.

El Dios que está muerto, para el pensador turinés, es solamente el Dios de la metafísica, entendido como un fundamento último y necesario del universo objetivo. Es este Dios a quienes militantes “ateistas” desean refutar, pero esto evoca la misma manera de certeza objetiva y rígida, que caracterizaba el pensar metafísico u objetivístico. El ateísmo, es cierto, afirmaba tener un conocimiento del mundo último y cierto. Esto no existe, según Vattimo. El ateísmo militante entonces no es menos dogmático que la metafísica objetivista. Superar este horizonte de la metafísica podría permitirnos re-familiarizarnos con el Dios de la Biblia, nos dice –confundido- el autor posmoderno.

No podemos dejar de mencionar a dos investigadores contemporáneos estadounidenses, de gran influencia en la bioética: Tom L. Beauchamp –filósofo del Kennedy Institute- y James Childress –teólogo de la Universidad de Virginia-. Ambos docentes fueron los autores del así llamado “Principialismo” en bioética, con sus paradigmas contenidos en el famoso y ya seis veces reeditado texto Principles of biomedical Ethics, de 1979. Teólogos de la talla de Elio Sgreccia se ocuparán de una lectura crítica de los paradigmas de beneficencia, autonomía y justicia, ampliamente expuestos por los mencionados autores americanos.

  1. Teólogos en diálogo

Por otra parte, pero no ajenos a ciertas preocupaciones comunes pues es sabido que el objeto material de la filosofía, en parte, coincide con el de la teología (a ambas le inquietan la verdad y el bien para quien es el vértice de lo creado, la persona humana), no faltan teólogos que han examinado con éxito la enigmática lechuza de la filosofía y también se adentran en cuestiones bioéticas. De hecho y con argumentos muy convincentes, los teólogos hacen normalmente de la filosofía un faro luminoso al que hay que volver la mirada, obligatoriamente. Es una ciencia auxiliar, pues la primera escucha del teólogo está siempre dirigida hacia el Dios que habla, pero rica como una cantera que propicia bases sólidas.

Volveríamos atrás en la historia con tantos nombres familiares y preclaros:  Agustín, Tomás de Aquino, Guillermo de Occam, Duns Scoto, algunos notables Salmanticenses… y más recientemente, Edith Stein, alumna y ayudante de E. Husserl y luego filósofa con luz propia; Romano Guardini, personalista dotado de una pluma sublime que sabe conjugar la páginas de El Señor con las del personalismo de respiro ontológico. Karl Rahner conoció como pocos teólogos del siglo XX el pensamiento y las categorías heideggerianas, y es suyo el intento, quizá con desigual fortuna, de asimilarlas en su tarea teológica.

Bruno Forte en nuestros días, autor de la magna obra teológica Simbolica Eclesiale, se ocupa también de arrojar luz en las cuestiones éticas que atañen a la vida humana, sobre todo en sus conferencias magistrales en la Universidad de Chieti, ciudad en la cual es Pastor, y el mismo Karol Wojtyla, cuyo trabajo filosófico personalista nos dejó su rico aporte, no menos que sus tres años de catequesis sobre el amor humano y la teología del cuerpo. Ya en la silla de Pedro, no sólo fundó la Pontificia Academia para la Vida, sino que escribió la Encíclica Evangelium Vitae del 25 de marzo de 1995,  “faro” y fundamento de toda la bioética.

Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger, nos muestran a las claras que sin conocimiento cabal de los filósofos, difícil es alzar vuelo en las páginas teológicas. Ratzinger se ha ocupado de varias cuestiones de la bioética, como por ejemplo el aborto, la dignidad personal del embrión humano, la mentalidad anticonceptiva, el cuidado del medio ambiente, la eutanasia como una forma de mal morir, etc.

Walter Kasper, teólogo alemán de nota, tuvo un encuentro extenso con el filósofo Peter Sloterdijk, en donde temas relativos a la bioética pudieron ser tratados, con muy desigual mirada y hondo respeto.

Verdadero entramado interdisciplinar de más de cuarenta años de aparición, donde teólogos y filósofos beben en la misma fuente de problemas que los convocan a una solución de tipo “humanista”, la bioética asume el rol de lugar de encuentro y reflexión, diálogo y palabra, pues es la vida de cada persona lo que se debe preservar.  Vienen nombres como Elio Sgreccia –padre de la bioética personalista- Josef Seifert, Robert Spaemann, y otros.

Mauricio Faggioni, Fernando Chomalí, Roberto Colombo, José R. Flecha, Gianni Russo, Renzo Pegoraro, Jacques Suaudeau, Ignacio Carrasco de Paula, son nombres de teólogos con vida que en incensante tarea, buscan el diálogo de la fe y la ciencia, y en su dedicación a la bioética, escriben con original aporte. Desde África, el teólogo Jacques Simporé dialoga con filósofos, políticos y hombres de la ciencia médica en torno al combate contra el HIV.

  1. Conclusión

“En el centro de la aldea está el silencio de la iglesia y el ruido del mercado, la fiesta de la alabanza y el duro peso de la blasfemia. Allí es donde está el puesto de la teología, humilde servidora de la Palabra pronunciada para nosotros, los hombres, y para nuestra salvación. Un pensamiento teológico que no supiera captar el nexo de los misterios con la búsqueda del sentido último de la vida y de la muerte de los hombres, no sería más que escolástica decadente, fórmula vacía, huesos secos”[4].

No puede ser de otro modo: el “decir” teológico y el “decir” filosófico se entrecruzan en la aldea global y en la bioética de modo especial. Ni el teólogo quiere dar una palabra estéril, ni el filósofo auténtico un pensamiento hueco. Ambos, con estatutos epistemológico propios, se dan la mano a la hora de servir al hombre concreto de carne y hueso.

Es bien conocida la expresión de Juan Pablo II: “La razón y la fe son como dos alas con las cuales el espíritu humano puede alzarse al vuelo de la verdad” (Fides et Ratio nº 1). Y sin duda la verdad es la brújula del filósofo y la pasión del teólogo. A más verdad, más libertad. Cuando mayor es la pasión por la verdad, mayor el apetito del diálogo enriquecedor.

 

 

Notas

 

[1] Para profundizar el tema, puede verse GARCÍA, J. J., “¿Es posible la ética en Heidegger?” en Filosofía y Vida, Ed. Universidad Católica de Cuyo, San Juan, 2009, págs. 41- 56.

[2] GRONDIN, J., “The new proximity between Theology and Philosophy”, en A. Wiercinski (dir.), Between The Human and The Divine. Philosophical and Theological Hermeneutics, Toronto, The Hermeneutic Press, 2002, 97-101.

[3] VATTIMO, G.- PATERLINI, P., No ser Dios. Una autobiografía a cuatro manos, Paidós, Barcelona, 2008, pág. 214.

[4] FORTE, B., La teología como compañía, memoria y profecía, Sígueme, Salamanca, 1990, pág. 14.

Bibliografía

 

ARREGUI, V. – CHOZA, J., Filosofía del hombre. Una antropología de la intimidad, Rialp, Navarra, 1993.

FORTE, B., La teología como compañía, memoria y profecía, Sígueme, Salamanca, 1990.

GARCÍA, J. J., “¿Es posible la ética en Heidegger?” en Filosofía y Vida, Ed. Universidad Católica de Cuyo, San Juan, 2009, págs. 41- 56

GRONDIN, J., “The new proximity between Theology and Philosophy”, en A. Wiercinski (dir.), Between The Human and The Divine. Philosophical and Theological Hermeneutics, Toronto, The Hermeneutic Press, 2002, 97-101.

JUAN PABLO II, Carta Encíclica Fides et Ratio, Roma, 1998.

PESSINA, A., Paradoxa. Etica della condizione umana, Vita e Pensiero, Milano, 2010.

SEILD, H., Storia della filosofia e verità, Mursia, Roma, 1999.

SIMPORE, J., Prévention de la transmission verticale du VIH: enjeux biomédicaux. Implications éthiques, juridiques et culturelles, Ed. Ateneo Pont. Regina Apostolorum, Roma, 2011.

¿Cómo citar esta voz?

 

Sugerimos el siguiente modo de citar, que contiene los datos editoriales necesarios para la atribución de la obra a sus autores y su consulta, tal y como se encontraba en la red en el momento en que fue consultada:

García, José Juan, BIOÉTICA: NUEVO ESPACIO PARA FILÓSOFOS Y TEÓLOGOS, en García, José Juan (director): Enciclopedia de Bioética.

Última modificación: Monday, 6 de July de 2020, 12:56