CINE Y BIOÉTICA

Autora: Gloria María Tomás y Garrido

ÍNDICE:

1. Una relación enriquecedora: Cine y bioética
2. El cine desde el espectador
3. El cine, vehículo de valores
4. La persona a través del cine: Algunos ejemplos
5. La infancia
6. La juventud
7. La madurez
8. El amor
9. Los discapacitados
10. La Vejez
11. El rostro humano del cin

Notas y Bibliografía

  1. Una relación enriquecedora: Cine y bioética

Desde hace varias décadas el valor de la vida humana está sufriendo una especie de eclipse. "Nuestras tinieblas son las luces del diablo", explicitará C.S. Lewis [1] , en tanto que la ofuscación nos viene no sólo desde nosotros mismos, sino también desde fuera. Aún así, en cada persona se da esa suprema aspiración constitutiva que tradicionalmente se ha traducido como felicidad [2] . El modelo de perfecta felicidad que cada uno lleva dentro de sí impulsa a un "estar buscando", un continuo "estar anticipándose" y existencialmente la persona se dirige hacia ese camino infinito bajo condiciones de finitud porque en la vida humana indefectiblemente aparece el dolor, la insatisfacción. Es en este clima donde la ética, como ciencia de los fines y de los medios, orienta el caminar humano.

Se puede afirmar que la persona humana, junto con su excedencia de ser y sus posibilidades de infinito para su autorrealización, está atravesada de indigencia, lleva también en sí su autodestrucción. Por ello, los deberes del hombre para lograr los bienes a los que aspira y la lucha contra los males que le acechan  –tanto dentro de él mismo como de fuera–  son parte del descubrimiento de su propia e irrenunciable realidad y deberían conducir a la primacía del orden moral sobre todos los demás. En ese sentido, puede decirse que la aportación decisiva que el hombre hace a la historia es la realización del bien moral [3] , cuya búsqueda y hallazgo proporcionan el verdadero gozo humano.

La naturaleza humana es una instancia moral -ética- de apelación. La descripción de actuar ético no es una elaboración de la razón en el vacío, sino que es un razonar con datos y con hechos, muchos de los cuales incluso son independientes de nuestro pensar y de nuestro querer, otros los vamos conociendo, pero en todo caso, experimentamos que ni los conocemos del todo ni nos conocemos del todo todo. Por todo ello nos valemos solos. Es muy necesario saber pedir consejo, pero no menos sabio es contar con buenos paradigmas. En las circunstancias actuales, de tanto desvarío metafísico, encontrar nuevos modos de respetar y defender nuestra propia vida y la de los demás es un reto importante. Y esta es la aportación que sugerimos: hay modelos válidos y atractivos en el buen cine comercial, en el que descubramos una ética realista y practicable, dado que las normas cumplibles, no utópicas, son las que tienen en cuenta la naturaleza del hombre [4] .

Cuando la ética incide en la corporalidad humana, se concreta en el ámbito bioético. La formación bioética traspasa la posibilidad de actuar honestamente cumpliendo unas normas y se asienta en un horizonte de significado más completo, antropológico. Desde este supuesto, la bioética –en concreto la corriente personalista–,  teniendo como referencia fundamental la persona humana con su afan de ser y ser plenamente, puede crear puentes entre tradición y progreso, teoría y práctica, ley y vida, técnica y humanidad, ciencia y ética.

Tal como se viene desarrollando el cine, aunque no de modo continuo ni lineal, sí que se vislumbra como un instrumento para preguntarse sobre los porqués del vivir e incluso sobre las respuestas a estos eternos interrogantes. Se exige, por parte del espectador, elegir cine que transmita lo perenne del ser humano. Por ello, interesa centrarse en películas en las que se aprehende el pensamiento poético, que une lo que parece que no se puede unir –lo paradójico–  y que convierte el arte cinematográfico en una forma adecuada de expresar las ideas y los sentimientos, o sea obras en las que el espectador experimenta una conmoción profunda, purificadora; como si al contemplarla, se tomase conciencia de los mejores aspectos de nuestro ser, que incluso se explayan.

En 1907 Edmond Benôit-evy, con el pseudónimo de Francis Moir, publicó un sorprendente artículo en  Phono-Ciné-Gazette al que corresponde el siguiente fragmento: “¿Qué es una película? ¿Es sólo una mercancía corriente que se puede comprar y usar como uno quiera?  No, y a causa de creerlo así la industria del cine ha llegado a su crisis actual. Una película es un “único bien artístico y literario”. Quizás podríamos añadir “y ético”.

Se ha dicho que el cine es un producto síntesis: recoge en sus imágenes la tradición pictórica, plástica y teatral del pasado; integra los logros sonoros de la radio, los luminosos de la fotografía, los verbales de la literatura y del teatro, y el encanto de la música. Desde esta visión, en lugar del séptimo arte se podría afirmar que es el compendio de todas ellas. El cine puede pretender la profundidad de la poesía, lograr la imagen estática de la pintura, simular las tres dimensiones de la escultura, establecer el hábitat de la arquitectura a través de la recreación de escenarios materiales y humanos, mostrar el diálogo de la novela, y el movimiento del teatro. Estamos ante una de las modalidades artísticas más influyentes. Por todo ello, el cine también parece un vehículo adecuado y actualizado para el perfeccionamiento del conocimiento bioético, puede ser un reproductor fiel y fascinante de la vida humana en todas sus facetas.

  1. El cine desde el espectador

La aplicación de la bioética al cine, o el cine a la bioética –que ambas posturas son reconciliables–  no implica saber mucho de cine, sino saber ser buen espectador y elegir aquellas películas que respondan a lo que buscamos.

Por ello, con  Tarkoswki  aceptamos que el arte cinematográfico se dirige a todos, con la esperanza de despertar una impresión que sea sentida, de desencadenar una conmoción emocional que sea aceptada. Puede transmitir una energía espiritual de la que tan hambrientos estamos; el arte surge y se desarrolla allí donde existe el ansia incansable de lo espiritual.

Quizás el cine nunca nos podrá contar la verdad completa sobre nosotros mismos, sin embargo, sí que le podemos exigir que no nos oculte nada sobre nosotros mismos y    por ese trecho se ha metido el último cine europeo [5] .

«Estoy seguro de que mucha gente se mete en los cines con el fin de explorar un poco la Humanidad», explica Harvey Keitel, protagonista de La zona gris (2001), tercer largometraje de Tim Blake Nelson, película que analiza la práctica del mal en estado puro. El interés profesional del actor por su personaje coincidió con el interés de la persona y del judío que es Harvey Keitel por las tinieblas de Auschwitz. El mismo planteamiento se hace el veterano Christopher Lee con respecto a  El señor de los anillos (2001), la película de Peter Jackson basada en el clásico de J. R. Tolkien, al opinar que la película es algo más que la lucha entre el bien y el mal. Es una fantasía sobre el amor, la amistad, la lealtad, la fortaleza, la debilidad y la corrupción. Un amplio abanico de cualidades humanas e inhumanas.

  1. El cine, vehículo de valores

A bote pronto la normativa del cine se significaba en defenderlo como entretenimiento, lo que aparentemente aparece como un arte menor. Sin embargo, la importancia humana de pasar un cierto tiempo distendido ¡sin otro fin! es algo universalmente reconocido como válido, incluso como necesario. Se podría afirmar que facilita obtener una visión adecuada de la personalidad de alguien al ponderar y analizar el tipo de distracciones con las que disfruta y a las que se dedica en su tiempo libre, incluso con las que sueña.

Junto a la sencillez de pasar un buen rato, puede ser también el encuentro con las personas, con uno mismo, con las cosas, con el arte; ocasión de admirar, de contrastar, de convivir con ideales y modelos de vida que esculpen el tiempo y a nosotros mismos, por impregnarnos la complejidad de argumentos, de interpretaciones, de la puesta en escena, de tantos aspectos que reflejan la realidad viva que nos atañe.

Incluso puede ocurrir que si una película tiene valor estético, nos atraerá mejor por las interconexiones poéticas que se salen de la realidad; si, además, entraña un modelo ético, nos mostrará unos significados para que en lo ordinario descubramos tantos pequeños extraordinarios que son los que nos humanizan y hermanan. Cine como escuela  complementaria  de  la  bondad  y  de  la  belleza  que  anhela  toda  persona. Esta afirmación es ratificada nuevamente por el cineasta Tarkoswki cuando apunta que en el buen cine, se conjugan el arte y la ciencia, como dos de las formas de apropiarse del mundo, en tanto que formas del conocimiento del hombre en camino hacia la verdad absoluta.

En 1997, Abbas Kiarostami (Teherán, 1940) conquistaba la Palma de Oro del Festival de Cannes con El sabor de las cerezasFue el primer cineasta iraní galardonado con este premio. La dificultad para recibir a Kiarostami en Occidente es la dificultad para captar que el cine pueda ser un vehículo para la poesía y la reflexión sobre lo transcendente. En su obra el sonido sustituye a la imagen siempre que es posible, porque el sonido es más evocador que la imagen y aumenta la libertad de espectador. Kiarostami pretende que el público haga el esfuerzo de encontrar en la repetición de escenas la misma emoción que encuentra en la coordinación o estribillo de un poema. Y utiliza la elipsis, esa dolorosa ausencia narrativa, para que el espectador rellene los huecos con sus deseos. Globalmente trata de llamar la atención sobre dos cuestiones de fondo: la sacralidad del hombre y la poesía de lo cotidiano [6] . ¿No está en ese meollo la esencia genuina de muchos valores humanos?

Volviendo otra vez a El Señor de los AnillosJoseph Pearce, convertido al catolicismo y autor de Tolkien: el mito ha hecho un estudio detallado de los valores evangélicos que surgen en esta película. En la caracterización del Hobbit, el más improbable de los héroes, muestra la exaltación de la humildad. En la figura de Gandalf, encuentra el arquetipo de un patriarca del Antiguo Testamento, su bastón es similar al poder de la vara de Moisés; en su aparente «muerte» y «resurrección», equivale a una figura semejante a Cristo. Su «resurrección» se convierte en su transfiguración. Antes de entregar su vida por sus amigos era Gandalf el Gris; después, se convierte en Gandalf el Blanco. El personaje de Gollum es degradado por su apego al Anillo, el símbolo del pecado de orgullo. El poseedor del Anillo es poseído por su posesión y, en consecuencia, es desposeído de su alma. El portador del Anillo siempre se hace invisible a aquellos que son buenos, pero al mismo tiempo se hace más visible a los ojos del mal. Por último, el hecho de llevar el anillo por parte de Frodo, y su heroica lucha por resistir a la tentación de sucumbir a sus poderes maléficos, es semejante al llevar la Cruz, el supremo acto de olvido de sí.

  1. La persona a través del cine: Algunos ejemplos

El cine es un espacio privilegiado como un lugar de encuentro de la palabra, del que de alguna forma procedemos, y el mundo de la imagen, en el que inevitablemente vivimos. Señala  Saura  que el pintor Goya fue el fotógrafo de su época y que le gusta pensar que  hoy sería director de cine.

En realidad el papel del buen cine no es tanto modificar la visión del mundo, sino completarla. Por ello sirve películas de siempre y cine futurista; narración, efectos especiales o esperpénticos; arte y técnica. Los soportes cinematográficos facilitan “dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas”, tal como veía Aristóteles el significado del arte. El buen cine es un atajo; un paseo lleno de sensibilidad y de reflexión para la comprensión del hombre, películas elegidas y comentadas que no tiñen de colores virtuales la realidad, ni son situaciones extraordinarias; más bien detienen lo habitual y, con su riqueza expresiva, con su técnica particular, proporcionan vivencias que nos hacen reaccionar para la reflexión personal y para el diálogo. Con el lenguaje del símbolo, de la acción, de la imagen   se esculpe el amor, el sufrimiento, las relaciones humanas. Puede el cine desvelarnos un poco mejor el rostro de lo humano.

A continuación, a través de una selección aleatoria de buenas películas se confirman las argumentaciones de este estudio, que abren un camino de reflexión como complemento fundante de la Bioética personalista.

  1. La infancia

A finales de 1999 brillaron con luz propia tres obras excepcionales en las pantallas españolas: Los niños del Paraíso, del iraní Majid Majidi, que compitió con La vida es bella por el Oscar a la Mejor Película Extranjera; Hoy empieza todo, del famoso cineasta Bertrand Tavernier; y La vendedora de rosas, de Victor Gaviria. Las tres giran en torno al fascinante pero tremendo mundo de los niños, concretamente indagando en su dolor.

Sin duda los niños son las grandes víctimas de la historia. Sufren las guerras, el desamor y el hambre como nadie. Y no tienen voz. Su única arma es la mirada, clara y profunda, de la inocencia inteligente, de la pregunta sin fondo, la mirada genuina del corazón humano. Por eso algunos de los mejores planos de la historia del cine son los que están invadidos por esos ojos que llevan dentro todo el dolor  y toda la esperanza  del  mundo.

¿Cómo olvidar el rostro luminoso de Marcelino Pan y Vino” (Ladislao Vadja 1954), testimonio de un agradecimiento libre y lleno de afecto, pero también de la nostalgia amorosa de una madre? ¿Y las pupilas mendigas y humildes de “El Chico”, (Chaplin, 1921) o la mirada melancólica e ilusionada de Giosué, de La vida es bella” (Roberto Benigni, 1998)? ¿Y qué decir de la decepción que experimenta Javi, el protagonista de Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997), ante el adulto mundo de la mentira? ¿O del nacimiento de la rabia en Moncho, el alumno tímido de La lengua de las mariposas” (José Luis Cuerda, 1999)? El rigor del moralismo amarga el rostro de Alexander, en Fanny y Alexander” (Ingmar Bergman, 1982); y la orfandad urge el gesto de Josuéel chico brutalmente desposeído de su madre y de todo en la Estación Centralde Brasil” (Walter Salles, 1998). También nos conmueven los ojillos vivos y apasionados de los paupérrimos Niños del Paraíso”y la mirada solidaria y humillada de Bruno, víctima indirecta de El ladrón de bicicletas” (Victorio de Sica, 1948), auténtico héroe trágico, de altura ética incontestable. Y el misterio del dolor y de la cruz, que atraviesan sin misericordia las entrañas del niño berlinés de Alemania año cero” (Roberto Rosellini, 1947), o la infancia truncada de Antonie Doinel, en Los cuatrocientos golpes” (FrançoisTruffaut, 1959).

Últimamente el ‘boom’ vino de Harry Potter y la piedra filosofal” (Chris Columbus, 2001): Avalada con una recaudación multimillonaria, la aplaudida adaptación de             Harry Potter es el fenómeno de literatura infantil y juvenil más llamativo de los últimos añosCon más de 100 millones de ejemplares vendidos en  46 idiomas, la serie de Harry Potter se ha convertido realmente en un fenómeno literario mundial. Esta película de embrujos y magia se encuadra en la tradición más clásica de historias para niños, un mundo de imaginación en el que se libra la eterna lucha entre el Bien y el Mal.               Harry Potter quiere ser un grito de liberación. Obviamente la solución a nuestro mundo no es el refugio en la imaginación, ni soñar con poderes que no tenemos.

  1.  La juventud

“Juno” (Jason Reitman, 2007)

Juno es una adolescente de Minnesota, aguda como un puñal y que vive de acuerdo con sus propias reglas. Una tarde típicamente aburrida se transforma en algo exactamente opuesto cuando Juno decide mantener relaciones sexuales con el encantadoramente sencillo Bleeker. Enfrentándose a un embarazo imprevisto, ella y su mejor amiga Leah urden un plan para encontrarle al bebé la perfecta pareja de padres. Así, fijan su mirada en Mark y Vanessa Loring, una acomodada pareja de las afueras que desea adoptar a su primer hijo. Por suerte, Juno goza del apoyo de su padre y su madrastra. Pero a medida que Juno se acerca más y más a la salida de cuentas, la idílica vida de Mark y Vanessa comienza a dar señales de estar agrietándose. Mientras va pasando el tiempo, los cambios físicos de Juno reflejan su crecimiento personal. Con un intrépido intelecto muy alejado de la habitual angustia adolescente, Juno resuelve sus problemas de frente, exhibiendo una juvenil exuberancia  tan aguda como inesperada.

Tras el embarazo, nacerá una criatura que tendrá quien la quiera, pero habremos asistido también a la gestación de una nueva Juno que ha recorrido su particular camino de niña a mujer, entendido los vaivenes del amor y la necesidad de sacrificio para revitalizar rutinas y egoísmos. Eso es lo que aprende nuestra diosa romana de la maternidad desde el otoño hasta la primavera —estaciones a modo de capítulos mitológicos que jalonan una historia de “renacimientos”—, rodeada de un padre liberal y de una madrastra de fuerte carácter pero comprensiva, de un matrimonio adoptante que tiene sus propias obsesiones y problemas, de una súper-amiga-confidente y de un tímido e inmaduro compañero pero de buen corazón... Todos acompañarán a Juno y al espectador durante una hora y media muy entretenida y divertida, con un guión preciso que avanza a buen ritmo y con una frescura insólita, con diálogos vivos y llenos de chispa que respiran ingenio y mordacidad, a la vez que recogen toda la artificiosidad y “normalización” adolescente.

“Hacia rutas salvajes” (Sen Penn, 2007)

El retrato de Christopher McCandless, de su búsqueda y de sus 113 increíbles días en pleno Alaska con sólo lo mínimo para la supervivencia se convirtió en un relato inolvidable en la novela “Hacia rutas salvajes”, escrita por John Krakauer, y editada por Ediciones B en 1998.

El libro comienza planteando la pregunta de por qué algunos jóvenes estadounidenses se sienten atraídos por el riesgo. Sigue con la teoría de que los problemas familiares -desgraciadamente reales y prácticos -  y la búsqueda de una vida auténtica que vaya más allá del dinero y de la ambición tienen mucho que ver con dicha atracción. La novela, rebosante de misterio e intimismo, absorbe, sin por eso dejar de tocar temas de gran envergadura: el papel de la naturaleza a la hora de moldear la imaginación estadounidense; los lazos y las responsabilidades familiares; la lucha entre el individualismo en estado puro y la necesidad de amor y compañía, así como el idealismo basado en partes iguales de esperanza y orgullo.

Nuestro protagonista, a sus veinticuatro años, tras licenciarse en la Universidad de Emory, vació su cuenta bancaria – 24.292 dólares – y lo donó todo a OXFAM (una confederación de 13 organizaciones que trabajan en conjunto con 3000 organizaciones locales en más de 100 países, para encontrar soluciones definitivas a la pobreza, el sufrimiento y la injusticia). Le dolía en el alma –la película lo refleja espléndidamente–que sus padres “sólo le regalaran cosas”, incluso le propusieran un cambio de coche “para presumir”. Necesitaba salir victorioso de una especie de revolución espiritual en la que le sobraba todo menos él mismo y la naturaleza.

Chris se puso en camino, dispuesto a saciar su sed de aventuras. Quería ser capaz de valerse por sí mismo; decidió internarse en el Monte McKinley en Alaska para vivir allí en soledad y proveerse sólo de lo que la naturaleza le pudiera ofrecer. Trabajó en lo que le salía al paso, durmió al raso y trató a gente muy diversa; renunció a una vida cómoda e intentó dejar atrás su identidad para encontrar el auténtico significado de la libertad y de la naturaleza antes de desaparecer en parajes poco conocidos,  no queda claro si para no volver jamás, o para realizar su vuelta una vez purificada su alma. Tres cazadores de alces encontraron su cuerpo en descomposición en el interior de la chatarra de un bus que había sido llevado allí en los años sesenta para que sirviera de refugio a los obreros de una carretera que nunca llegó a finalizarse.

La adaptación cinematográfica realizada por Sean Penn, reúne el mosaico formado por las diferentes etapas del viaje emprendido por el joven, desde la nueva identidad que adopta al principio de su viaje, pasando por la declaración de independencia que hace a su atónita familia antes de irse y lo que le enseñan las asombrosas personas que se cruzan en su camino, hasta el conjunto de errores que produjo su fallecimiento en la cúspide del viaje que tanto había cambiado su visión del mundo.

La película sí que muestra que la ceguera ante la vida por la codicia –lo que Chris reprocha a sus padres– no se cura sólo con el viaje estético, aislado y desamparado por bellos y salvajes parajes. Queda claro que el hogar del hombre no es sólo una aventura por el mundo natural, y que no basta para encontrarse a uno mismo y ser fuerte la naturaleza  y  la  compañía  de  los  personajes  ficticios  de  espléndidas  novelas.

  1. La madurez

 

“El profesor Lazhar” (Philippe Falardeau, 2011)

El canadiense Philippe Falardeau nos regala una película luminosa y sencilla, enternecedora y profundamente optimista: el retrato de un improbable profesor al que una escuela pública recurre tras una terrible tragedia que ha conmocionado a los niños, el suicidio de su maestra. Los niños han quedado muy impresionados por el suceso, y la primera misión de Bachir Lazhar será enseñarles a superar el trauma y aceptar la realidad por dura que sea, abrirse a los demás y no encerrarse en su dolor. El propio Lazhar tiene un pasado difícil y sabe de lo que habla, por lo que el aula se convertirá en lugar para la confidencia y las clases en prolongación de sus mismas vidas. Viene de una sociedad distinta en la que aún se idolatra la letra escrita, y Balzac es considerado un placer compartido por todos. Un hombre que, además, trae consigo su propio drama, y que de esa manera va a trazar un invisible vínculo con sus alumnos. Sus métodos pedagógicos, tradicionales –exigentes con los chavales y, a la vez, muy cercanos a ellos–, chocan con las convenciones políticamente correctas por las que se rige el colegio. Esto desarrolla una agria polémica entre los profesores y los padres, paralela a los esfuerzos de Lazhar y sus alumnos por curar las profundas heridas que tienen abiertas.

El filme muestra cómo convivir con la muerte, con el hecho de que los que quieres ya nunca estén o permanezcan en una casi continua ausencia. Como todas las grandes películas, en definitiva, habla de la vida y de ese impulso que nos hace buscar lo que cada día nos dé fuerzas para levantarnos y salir adelante. Pero, también como todas las grandes, lo hace casi sin que nos enteremos  de que esa es su verdadera razón de  existir.

Falardeau consigue un altísimo nivel emocional subrayando las virtudes básicas, que dotan de alma a su certera crítica a la sociedad actual, dominada, según él, por complejos, miedos y fundamentalismos ideológicos muy perjudiciales para la formación afectiva de los niños.

“Solas” (Benito Zambrano, 1999)

Esta opera prima de Zambrano logra mostrar con hondura una de las realidades más difíciles de recrear en el cine: el heroísmo de lo cotidiano de tanta gente aparentemente vulgar, casi con más defectos que virtudes, donde se asientan los cimientos éticos de la sociedad. La película de un rotundo dramatismo visual –muy al estilo del nuevo cine europeo– va dando pinceladas y trazos de autenticidad en el que el amor de una esposa, de una madre, de una vecina, de una paciente –son los distintos prismas de Rosa– supera  la sordidez de tantas desgracias auténticas  y  suaviza  tanta soledad del corazón.

“Cosas que importan” (Carl Franklin, 1998)

El sólido guión se basa en el  bestseller de Anne Quindlen, premio Pulitzer. La narradora Ellen Gulden  es una joven y agresiva periodista de Nueva York,  cuya vida da un vuelco cuando a su madre, a la que cree en general estúpida y provinciana, le diagnostican un cáncer terminal, y su padre le pide que sea ella quien la cuide; Ellen   no está dispuesta a renunciar a esa prometedora carrera, en la que la ambición, el perfeccionismo, y  el  propio  estrés  marcan  un  ritmo  trepidante.

Se restañan con su vuelta al hogar las heridas abiertas con respecto a su madre, pero aparecen una nuevas, más profundas, más dolorosas, en relación con su padre, al que admiraba como prestigioso profesor universitario, y en el que descubre unos aspectos oscuros, que le harán pasar del desencanto a la comprensión cuando sabe que su madre los encubre con el auténtico amor de esposa fiel.

La incapacidad del marido para afrontar la realidad, la capacidad de la madre para suavizarla, y el descubrimiento de la madurez en la hija nos acercan a una película que critica las apariencias, y en la que vence, de una vez por todas  –con la excepción mencionada del final– el amor humano.

  1. El amor

La edad de la inocencia” (Martín Scorsese, 1993)

Archer, joven de la alta burguesía norteamericana del último tercio del siglo pasado está comprometido con May; aparece una condesa, prima de su prometida, que ha vivido largo tiempo en Europa, pero acaba de divorciarse y vuelve a Nueva York, donde no logra adaptarse a los convencionalismos de esta sociedad.

Archer siente una especial atracción por la condesa y, a su vez, quiere ser leal a su prometida, que es fruto de esa sociedad que cada vez le va aburriendo más. Estos tres personajes crean un juego de amor y de inteligencia. Las dos mujeres son personalidades maduras, prudentes, atractivas y decididas. Mientras que Archer es la duda, la melancolía, se hace una radiografía crítica de esta sociedad neoyorquina del final del siglo anterior; lo que hubiera sido una pertinaz critica a la hipocresía,        emerge con una segunda lectura, ante la estética de los gestos humanos, de los  silencios, de las miradas…  Estamos ante una película que da lecciones de la educación sentimental.

“El cartero” (Michael Radford, 1995)

Se pone en escena un elegante y sensible melodrama en el que, junto a cierta carga política y social, priman los elementos emocionales y románticos de la historia. La admiración de Mario por el poeta chileno se vuelve amistad entrañable, hasta el punto de que Mario le hace confidente de su amor por Beatriz y la dificultad que tiene para declararse por su timidez. Neruda toma a cargo resolverle el problema, y lo consigue enseñándole el uso poético de las palabras. Sigue la historia de un naturalismo lírico del mejor calado, en el que se evoca el mundo rural napolitano y el agudo estudio de mentalidades. Se ha evitado tanto la parte erótica que la novela presenta (“Ardiente paciencia”, Antonio Skármeta), como el marcado estilo sensual de Neruda. Se puede afirmar que la obra cinematográfica supera a la obra literaria por su profundo candor. Mario trasluce en sus gestos, en la mirada, en el exquisito movimiento de sus manos rudas, la misma tristeza simbólica con la que habla de las tristes redes. Neruda se hace amigo de este cartero tímido y rústico, ingenuo y puramente enamorado, y le enseñará el uso poético de la palabra. Mario no sabe lo que es la poesía pero lo adivina, afirmando que la poesía no es de quien la hace, sino de quien la necesita.

El espectador es también protagonista de todo un proceso de aproximación humana, de simpatía y de contagio poético. Se añora no poseer la sensibilidad de Mario. Cuando éste descubre la “metáfora” –que nombre tan complicado para una cosa tan fácil, dirá–, se pregunta si el mundo no será metáfora de algo. Los espacios de la naturaleza combinan luz, mar, gaviotas y honestidad. Escuchemos el poema que recita Neruda en la boda del cartero:

Con casto amor/Con ojos puros/Te celebro, belleza/Reteniendo la sangre/Para que surja y siga la línea, tu contorno/Para que te acuestes en mi oda/Como en tierras de bosques o en espuma/En aroma terrestre o/En música marina. /.

Cabe recordar que el trabajo de Troisi, insuperable, se ve atravesado del dolor que supuso estar gravemente enfermo del corazón. Terminó el rodaje esforzadamente, pues deseaba que fuera un motivo de orgullo para sus hijos. Falleció apenas terminar esta película a los cuarenta y un años de edad.

“El festín de Babette” (Gabriel Axel, 1987)

En una remota aldea de Dinamarca viven dos hermanas, ancianas ya, envueltas en la nostalgia de una lejana juventud, en la que su educación, profundamente puritana, las obligó a renunciar a toda posibilidad de ser felices. Solteras pues, viven en una digna austeridad, hasta que aparece entre ellas Babette, quien llega huyendo del terror de su natal París. Al poco tiempo tendrá oportunidad de corresponder a la bondad y al calor con que fue acogida. Un buen premio de lotería le permite organizar una opulenta cena con los platillos y vinos de la mejor gastronomía francesa. A esta cena son invitados los vecinos, todos fanáticamente puritanos. Aceptan ir, pero entre sí pactan no dar ninguna muestra de gozo o disfrute de lo que comen y beben, porque sería pecaminoso Sin embargo, es tal la fuerza seductora de las viandas que, poco a poco, en un ceremonial intenso y emotivo,  van cediendo a la sensualidad  que implica gozar de los prodigios  de la cocina francesa. La cena termina en medio de contenida pero muy profunda alegría. Se ha despertado el calor humano que todos llevaban soterrado. Se da el milagro de hacer brotar la bondad humana a través del goce de los sentidos. Es una fina lección de espiritualidad. Babette no tomará nada de esa comida,  en la que no sólo ha invertido su dinero, sino también su esfuerzo, y su imaginación, y su personal impronta; les ha dado todo lo que tiene con un espíritu libre y generoso, en una donación que es celebración.

  1. El sufrimiento y la enfermedad

 

“Una mente maravillosa” (Ron Howard, 2001)

El profesor de la Universidad de Princeton, que en 1994 recibió el Premio Nobel de Economía, John Forbes Nash Jr. es uno de los personajes más interesantes del mundo científico del siglo XX.

Se consigue en la película la ambientación de un periodo y de unos personajes muy interesantes que revolucionaron la ciencia moderna por lo que ocurrió en Princeton, donde se creó el Instituto de Estudios Avanzados en 1933, una especie de “hotel intelectual” cuyos miembros fueron reclutados por pensar y crear ciencia puntera. De allí salieron catorce premios Nobel: Niels Bohr, Einstein, Dirac, Pauli, Rsabi, Gella Man, Openheimer, Nash, ...; era gente genial, rara, extravagante, fuera de lo común y algunos muy maniáticos y esquizoides, imbuidos de la ambición por el saber total.

Nash, con la atención médica, la fuerza de su intelecto y una voluntad férrea, conquistó la enfermedad y regresó para recibir el premio Nobel. Pero, como se muestra en la película es la ayuda de su mujer, con su paciencia y su dedicación heroica, con la que lograron la recuperación; la película nos sugiere un acercamiento al problema de la enfermedad. Nos da una visión certera de la antropología de la compañía entre las personas, de trato adecuado, algo de lo que estamos tan necesitados, y en donde una dureza curiosa o una blandura torpe  rebaja las cotas de felicidad y de autorrealización que podrían lograrse.

“La habitación de Marvin” ( Jerry Zaks, 1997)

Marvin es un hombre mayor, enfermo; obligado a estar postrado, e incapaz de hablar; respira gracias a la botella de oxígeno. Tiene dos hijas: Bessie, que le dedica su vida y sus cuidados, con todo amor y abnegación; y Lee que se fue de casa, en parte porque le parecía inútil esa vida dedicada a un enfermo incurable. Las dos hermanas han ido distanciándose. Bessie no ha tenido tiempo ni para enamorarse, ni formar su hogar.

Lee no ha llegado a triunfar. Al cabo de veinte años de separación de su padre y hermana, a Lee le han detectado leucemia, y la única posibilidad de curación es por un trasplante de médula de un pariente próximo. Por ese motivo, decide acudir a su hermana.

Si la habitación de Marvin sirvió para convocar el amor de una hija, la futura habitación de Bessie debe cumplir la misma función con el resto de la familia.

Bessie en un momento dado, lleno de emoción, reconoce agradecidamente: “ ¡cuanto amor ha dado!” Lee, tras no pocas crisis, descubrirá también cómo se ha dejado atrapar “por anzuelos, espejeando con la realidad, sin aceptarla, sin enfrentarse a ella, sin interpelarla”.

Cada persona en circunstancias adversas puede y debe encontrar la paz consigo misma  y con los demás, que puede ser feliz; que estamos dotados -si lo trabajamos, si nos dejamos ayudar- para encontrarnos, a través del dolor, con temple ético, con una realidad que el poeta Hölderlin llamó las ‘avenidas del esplendor’.

El dolor es dolor; el sufrimiento, sufrimiento. Además, el hombre no sólo sufre en presente; tiene memoria y tiene capacidad de anticipación; es la única criatura que se duele por adelantado; en ese juego del tiempo y del espacio, la libertad del hombre se nos presenta como espada de doble filo: puede cortar con todo, o puede - y ahí está el “quid” - convertir el sin-sentido del sufrimiento en algo con sentido; a nivel popular se refleja en la expresión de “no hay mal que por bien no venga”.

Vivir” (Zhang Yimou, 1994)

China, décadas 40 a 60. Se narra la trágica historia de la familia Xuu Fugui, un propietario arruinado por el juego, que pasa a ser trabajador, a través de las grandes transformaciones que vivió el país, principalmente la guerra civil que en 1949 llevó al poder a Mao Tse-Tsung; 1958, año en que el gobierno comunista puso en marcha el denominado “El gran salto hacia delante”; y 1966, cuando se instaló la revolución cultural [7] .

Auténtica obra de arte, a la que acompaña una fotografía en tonos dorados y rojos, adecuada a cada momento histórico -hay un profundo estudio de los colores como signos-  y una música subyugante. Viene a ser como el “contra-análisis de la historia oficial”. En esta película coinciden la psicología, los movimientos de masas, el llamamiento al optimismo, las escenas patéticas, el drama, la comedia y la ironía.

La presencia constante en la familia de las leves y bellas marionetas adquiere valor de símbolo [8] , a modo de una bandera de permanencia cultural, oral, de libertad del hombre, de apertura a lo trascendente.

Es clave cómo Zahng Yimou, poeta de la imagen, y humanista de la pantalla, define su obra: “Innumerables familias chinas han sufrido y sobrevivido a un turbulento medio siglo, gracias a la resistencia de su deseo de vivir y a una actitud fundamentalmente optimista que preside todos los aspectos de sus vidas. En ¡Vivir!, he probado algo nuevo en mi trabajo: intento mostrar la raíz de las vidas de la gente china desde el punto de vista de una persona corriente. Veo esta raíz como la clave para entender el tiempo en que vivimos... Encarar las dificultades y los malos tiempos con una esperanza constante, esto es lo que significa vivir.”

  1. Los discapacitados

El cine da también esta oportunidad: Una igualdad diferente. Las personas que cuentan con desventajas pueden ser tan interesantes o atractivas, tan iguales, al fin y al cabo como el resto. Podemos citar:

El hombre elefante” (1980): un hombre bueno convertido en un fenómeno de feria

Rai man” (1988): Dustin Hoffman da vida a un autista

Forrest Gump”(1994): o el ansia de superación

“Yo soy Sam” (2001): se trata de un padre con síndrome de Down que defiende en los tribunales su capacidad para criar a una niña de seis años que ya percibe las limitaciones de su progenitor. El film refleja el mundo “normalizado” de un grupo de discapacitados que trabaja, se reúne y se divierte sin perder su identidad.

Las llaves de la casa” (2004): ofrece un drama intimista en torno a la enfermedad de un niño minusválido desde el nacimiento, y a un padre que vive con el sentimiento de culpa de haberlo abandonado.

En todos estos casos, la cámara mira con humanidad a quienes la sociedad juzga como desfavorecidos y marginales, protagonistas en apariencia indefensa y sencilla, pero con una riqueza interior que conmueve y se convierte en despertador de una sociedad egoísta y deshumanizada.

  1. La Vejez

 

“Una historia verdadera” (David Lynch, 1999)

La trama se desarrolla en la década de los noventa. Alvin Straigh, un anciano de setenta y tres años, vive en Laurens (Iowa), con una hija suya, Rose, muy buena, que oculta un doloroso pasado tras un problema de lenguaje y una apariencia fronteriza. Rose ha perdido la custodia de sus hijos tras un incendio doméstico.  Una caída, con ruptura de cadera, y otros males propios de la vejez, retienen a Alvin en casa, haciendo una vida más o menos rutinaria.

Tiene un hermano, Lylle, que vive en Wisconsin, con el que no se habla desde hace diez años. Recibe la noticia de que está enfermo, y decide visitarle y hacer las paces antes de que sea demasiado tarde.  Como no tiene dinero, ni tampoco le permiten tener carnet de conducir se anima a realizar el trayecto en un pequeño tractor cortacésped. Así recorrerá 560 Km, a una velocidad de 10 Km. /hora.

La película es la realización de este recorrido, en el que Alvin va adentrándose en diferentes paisajes naturales y humanos, reconociendo lugares y personas, descubriendo otros, solucionando pequeños problemas, y arreglándoselas para solucionar los diversos y pequeños imprevistos de su tractor y de su salud física.

Llegará a ver a su hermano y, sin necesidad de explicaciones, el uno junto al otro, en la terraza de la casa, ponen punto final a esta película. Nos quedará la luz y la sensibilidad de una trama, de una historia verdadera.

El protagonista parece olvidar sus años, sus achaques, los problemas familiares, las dificultades naturales de un viaje en solitario, los problemas técnicos de su medio de transporte, su soledad. Y va esencialmente a dónde se ha propuesto. La figura de Alvin nos recuerda a una frase feliz de Azorín “tiene la suave melancolía de los pueblos que han vivido mucho y la habilidad de no dejarse defraudar”.  Alvin no es viejo, tiene el candor de una total humanidad.

  1. El rostro humano del cine

Al director Kieslowski (fallecido 1996), llamado el retratista ético del cine, le preocupaba la falta de comunicación, el distanciamiento entre las personas; se consideraba vinculado al cine “de la inquietud” moral, y en sus películas, por desgracia para nosotros pocas, apostó por las relaciones humanas, cuajadas de tolerancia, belleza, calma... como susurros estéticos que despliegan humanidad. Su carisma es que no decía grandes cosas, sino lo esencial; investigaba los más recónditos aspectos del amor, de la muerte, de los valores universales. Su investigación se realiza en la elegancia; a veces la cámara, como en Rojo (1993) permanece a menudo en el rostro del personaje, porque para el director ese rostro es tan expresivo como una bomba. Hacía cine no para dar respuesta, sino para hacer preguntas: ¿Qué es lo que se ve? ¿Qué pasa con el frío, está más cerca de la muerte o de la vida? Respuestas paradójicamente cercanas y lejanas. “Rojo” es una película de afectos, elaborada entre los dedos del cine de su director, como un coleccionista de guiños y azares y ahogos de la vida humana que, felizmente, pueden llevarse mejor con los otros.

Recordemos por ejemplo a Capra Sucedió una noche” (1934), “El secreto de vivir” (1936), “Vive como quieras” (1938), “Juan Nadie” (1941). . .  – todas sus películas están repletas de humanidad,  y  John Ford capaz de hacer creíble cualquier historia.    Su poética se basaba en el conocimiento de los comportamientos humanos. En la secuencia de Las uvas de la ira” (1940) previa la marcha de Tom Joad, éste habla con su madre. No hay gestos. El rostro inquieto y embrujado está encerrado en un plano corto y fijo. Ma Joad escucha emocionada. Es la última vez que va a estar con su hijo. Los ojos de Tom no se apartan de los de su madre que le acaba de preguntar por el camino que va a seguir: “Estaré aquí, en la oscuridad, estaré en todas partes. Adonde mires; donde haya una lucha, para que la gente hambrienta pueda comer, allí estaré. Donde haya un policía golpeando a un muchacho, allí estaré. Estaré en el modo en que los niños ríen cuando tienen hambre y saben que la cena está lista, y cuando la gente come lo que ha cultivado y vive en las casas que ha construido; allí también estaré...”. Nadie fue capaz de llenar una pantalla con tanta verdad y con tanta emoción.

El cine, nos parece que ya se ha mostrado, es una fuente para ampliar, profundizar y enriquecer la experiencia fáctica del hombre. Señalaba el realizador Dreyer que entre la obra de arte y el ser humano existe una semejanza muy estrecha porque ambos tienen alma. Y el alma expresa un estilo. Por el estilo, el creador fusiona los diversos elementos de su obra, obligando al público a que vea el argumento con sus propios ojos, pero a su vez crea un puente con el espectador, y éste con los otros espectadores, y con sus amigos. Y pueden establecerse unas relaciones humanas auténticas, ordenadas, que nos llevan a conocernos mejor, que nos perfeccionan. Uno de los honestos objetivos de la bioética, que tan plástica y pedagógicamente se plasman en el cine. En este breve y, necesariamente incompleto recorrido, nos parece que se ha mostrado, tal como ya afirmó el pensador J. Marías, que el cine ha hecho posible una nueva forma de análisis de la vida humana. Sirva como broche final la película “UP”.

“UP” (Pete Docter, 2009)

Pixar, a través de una historia auténtica de amor, nos regala una maravilla técnica y visual, una propuesta que invita a dejarse llevar a un mundo casi perfecto en el que pequeños y grandes pueden abandonar la rutina y echar a volar acompañando a los protagonistas. Había amor entre los robots, con los autos de Cars, o entre el pinche y la cocinera de Ratatouille, pero nada comparable al amor de Carl y Ellie: cómo se cuenta, casi sin palabras, su vida en común, la pena por no poder tener hijos, la felicidad en situaciones corrientes; todo resulta conmovedor, y apuntala la idea de que no hay nada como las aventuras de la vida cotidiana, la mayor parte de las veces más valiosas que aquellas que llamamos extraordinarias. Parece ser que la simpática y refunfuñona figura central no es sino un recuerdo digitalizado del legendario Spencer Tracy, y su papel en este mundo no es sino el del tenaz batallador que se rebela contra el progreso tan descomunal como deshumanizado que a todos nos acosa. El halo entrañable que envuelve los primeros veinte minutos  –recordad la hucha mil veces rota…–  los convierten en una maravilla por la magistral utilización de la música como instrumento único capaz de sostener por sí mismo la narración sin necesidad de palabras ni grandilocuencias, un extenso guiño al palco adulto cuyo desarmante discurso, por lo honesto, conmueve ánimos y corazones. Como tantos otros niños, el joven Carl tenía un héroe: el aventurero Charles Muntz, viajero incansable y conocedor del paraje más maravilloso del mundo, la catarata del Salto del Ángel, en Venezuela. Setenta años más tarde, Carl convertido ya en un anciano achacoso y viudo, no ha cumplido su sueño de visitar aquel soñado paraje en compañía de su amada esposa. Ahora ese sueño parece más lejos que nunca. Y por si fuera poco, la linda casa de la que hicieron su hogar, se ha convertido en una especie de islote en medio de las grúas que levantan alrededor imponentes rascacielos. Cuando por mandato judicial, Carl va a ser trasladado a una residencia de ancianos, pone en marcha un increíble plan: con una nube de globos arranca la casa de sus cimientos y emprende vuelo a Sudamérica. Pero lo que no sabe es que se le ha colado a bordo un polizón: Russell, un chico explorador, obstinado, solitario, alegre, inquieto….

El viaje explorador se lleva a cabo y se sigue con un gran sentido del humor, una acción trepidante y una emoción sin límites. Durante el mismo, entre el anciano y el niño surge una maravillosa relación, pues el primero encuentra al hijo que nunca tuvo, mientras que el otro ve rellenado el hueco que dejó el padre divorciado. Up es una invitación a abandonar el caos que nos rodea, y volar a un lugar mejor, dentro y fuera de nosotros mismos; sus personajes encarnan valores y sentimientos eternos sin que el espectador tenga la sensación de que le están dando una clase de moral., pero nada menos que, al explorar el corazón de Ellie, de Carl, de Rusell, el espectador explora el suyo…, queda animado a vivir su propia aventura quizás tan sencilla y real como tomar un helado sentados en la acera en buena compañía. Up también nos deja, de manera sutil y elegante, una dosis crítica hacia el materialismo que busca la felicidad en las cosas —ahí está esa necesidad de desprenderse de muebles y enseres para poder volar— o hacia una excesiva mirada al pasado que impide seguir viviendo el presente y buscar nuevos alicientes.

Notas y Bibliografía

[1] C.S. LEWIS, El diablo propone un brindis, RIALP, 1993, 25

[2] R. SPAEMANN, Felicidad y Benevolencia, Rialp, 1991, 37 y 107

[3] CAFFARRA, C. Vivir en Cristo. EUNSA, 1988, 157 y 177

[4] A. MILLAN PUELLES, La libre afirmación de nuestro ser. RIALP, 1994, en el contexto

[5] J. GRENADIER, Calibán, II-2002

[6] G. VILALLONGA, Aceprensa 93/01

[7] Caparrós Lera, J.M. El cine de nuestros días, Rialp, 1999, págs. 305-306

[8] Urbina, P.A. Aceprensa 16/94

¿Cómo citar esta voz?

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Tomás y Garrido, Gloria María, CINE y BIOÉTICA, en García, José Juan (director): Enciclopedia de Bioética.

Última modificación: Monday, 6 de July de 2020, 12:58