PERSPECTIVAS TEOLÓGICAS EN TORNO A LOS ADULTOS MAYORES CON DISCAPACIDAD

Autor: José Juan García

ÍNDICE

1. Introducción

2. ¿Es Dios “impasible”?

3. La Misericordia de Jesús es el nombre de Dios

4. ¿Tienen vigencia hoy las Obras de Misericordia?

5. Conclusión

Notas y Bibliografía

 

1. Introducción

Intentamos en esta suscinta presentación desplegar el rico tema de la Misericordia de Dios, puesta de manifiesto en Jesús de Nazareth. Las razones por las cuales la teología ha puesto en evidencia el misterio del amor insondable de Dios para su Pueblo – en especial los más débiles y vulnerables-, son múltiples y de innegable raíz neotestamentaria. Ello conlleva indicativos éticos ineludibles, como la cercanía, la solidaridad y la búsqueda del bien íntegro. En este mundo con fuertes rasgos individualistas, las Obras de misericordia espirituales y corporales son un estímulo para vivir mejor la fe en el Dios de la Vida y el Amor.

  2. ¿Es Dios “impasible”?

¿Puede Dios sufrir? El tema del Deus patiens inquietó ya a los primeros pensadores cristianos[1]. Cuando hablamos de Dios, hemos de evitar la equívoca imagen de una gélida divinidad alejada del teatro defectuoso del mundo.

Dejarse afectar por el dolor sin quedar sometido a el, constituye la omnipotencia del amor divino[2]. Un Dios que únicamente fuese misericordia, pero no omnipotente, no sería ya más Dios. No podría ayudar. Un Dios que fuese sólo poder sin misericordia, sería casi un tirano despreciable. No podría amar.

La comprensión bíblica de Dios nos invita a entender, ya desde el Antiguo Testamento[3], que Dios no es un Ser Supremo apático. La Sgda. Escritura  no conoce  un Dios que reine desde su trono, impasible ante el dolor humano. “El no retuvo como botín codiciable el ser igual a Dios sino que se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo” (Fil. 2, 6). Dios puede sentir con nosotros, y es igual a nosotros, menos en el pecado  (Cfr Hb 4, 5). Un Dios en la cruz, era escándalo en su época y lo sigue siendo hoy. La cruz de Jesús es esperanza para los crucificados de la historia, los heridos del camino, los vulnerables excluidos, los que para el mundo “no cuentan”.

En la carta encíclica Haurietis acquas de Pío XII en 1956, aparece claro que en virtud de la unión hipostática de la segunda persona de la divinidad con la humanidad, los afectos y sufrimientos de la naturaleza humana de Jesús son también afectos y sufrimientos de la persona divina. Luego entonces el sufrimiento de Jesús en cuanto hombre, es a la vez, sufrimiento de Dios. El, libremente, asume nuestra condición, signada también por el dolor. Carga en sus hombros el dolor del mundo.

Este Dios “sufriente” por amor, es el Dios que puede dar sentido al sufrimiento del mundo, porque lo ha hecho suyo en la cruz y con sentido redentor.

Entre todos los filósofos, probablemente no haya otro que haya denigrado tanto la misericordia como F. Nietzsche. En El orígen de la tragedia –escrito bajo el influjo de Schopenhauer- nuestro autor busca demostrar que la civilización griega presocrática estalla en un vigoroso sentido trágico, constituyendo una embriagadora aceptación de la vida, y su secreto hay que buscarlo en el espíritu de Dionisos. Este es el símbolo de una humanidad en sintonía con las fuerzas naturales; es ebriedad creativa y pasión sensual.

Eurípides y Sócrates han luchado contra el espíritu dionisíaco y ambos serían los causantes de la decadencia del helenismo[4]. Sócrates posee la pretensión de dominar la vida mediante la razón y eso es la decadencia. Sócrates fue un error, un enfermo crónico. Se mostró hostil a la vida, pues quiso morir. Abrió una decadencia que llega hasta hoy. Para acabar con la síntesis dominante de metafísica y cristianismo, Nietzsche anuncia la “muerte de Dios”. El Dios cristiano es el nombre que resume el primado del “más allá” y es un enemigo de la “vida” que proclama.

Leamos un texto suyo:  

“¿Quienes cometieron en el mundo mayores locuras que los compasivos? Y ¿qué es lo que más males ha ocasionado en el mundo que las locuras de los compasivos?  ¡Ay de los que aman sin tener una estatura superior a su compasión! Un día el diablo me dijo: `También Dios tiene su infierno, y es a su amor a los hombres´. Y hace poco que le oí decir: “Dios ha muerto: la compasión hacia los hombres ha matado a Dios”. Prevenidos estáis, pues, contra la compasión; de ella procede esa negra nube que se cierne sobre la cabeza de los hombres”[5].

Nada de compasión intelectual en su discurso: “A ustedes no les aconsejo el trabajo sino la lucha. A ustedes no les aconsejo la paz sino la victoria… ¿Qué la buena causa santifica hasta la guerra? Yo les digo que la buena guerra santifica todas las causas. La guerra y la valentía han hecho cosas más grandes que el amor al prójimo”[6]. La misericordia aquí, es incomprensible[7]. La voluntad de poder de Nietzsche, “principio de una nueva posición de valores” según Heidegger[8], traza los fundamentos de una nueva moral, donde “caridad”, “misericordia”, “compasión”, son palabras ofensivas y degradantes[9].

Una filosofía así no es ajena al río de sangre que han dejado los totalitarismos. También Lenín afirmaba que la violencia es la partera de la historia y la caridad,  un elemento anestesiante.

3. La Misericordia de Jesús es el nombre de Dios 

Cuando a Jesús le preguntan cuál es el mandamiento más grande, responde que es el amor a Dios y al prójimo, resumiendo así la ley del Antiguo Testamento. (Cfr. Mc 12, 29-31; Mt 22, 34-40). Estos dos mandamientos aparecen en el Antiguo Testamento por separado, en Deut 6, 5 y Lv 19, 18. Para Jesús forman un todo, en unidad plena. El extiende el concepto de “prójimo” más allá de los miembros del pueblo judío, a todas las personas. No existe amor a Dios sin amar las “huellas” de Dios en el prójimo.

Las pruebas de que con Jesús ha llegado al mundo la salvación, están, según afirma el Divino Maestro ante los discípulos enviados por Juan Bautista, en la desaparición de las dolencias humanas: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Lc 7, 22). Las enfermedades que sana el Señor son numerosas: “Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios” (Lc 7, 21; Mc 1, 34). Nada escapa al corazón compasivo del Señor. La mujer con fiebre, el leproso y el paralítico, la mujer con flujo de sangre, el sordo y el tartamudo, el ciego, el epiléptico, encuentran en Jesús el médico capaz de hechos milagrosos (Mc 1, 30 – 31; Mc 1, 40).

  En S. Lucas capítulo 15, página sublime, encontramos las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida, y después la más amplia de todas las parábolas, típica de san Lucas, la del padre de los dos hijos, el hijo “pródigo” y el hijo que se percibe a sí mismo como justo.

 Todas estas tres parábolas hablan del gozo de Dios que no se cansa de amar. Como dice el papa Francisco: “La alegría de Dios es perdonar, ¡la alegría de Dios es perdonar! Es la alegría de un pastor que encuentra a su ovejita; la alegría de una mujer que encuentra su moneda; es la alegría de un padre que vuelve a recibir en casa al hijo que se había perdido, que estaba como muerto y ha vuelto a la vida. Ha vuelto a casa.

¡Aquí está todo el Evangelio, aquí está el Cristianismo!”[10].

 También San Pablo entiende que el amor es cumplimiento pleno de la ley (Cfr. Rom 13, 10; Gal 5, 14). “Sean amables y compasivos unos con otros. Perdónense, como Dios los ha perdonado, en atención al Mesías” (Ef 4, 32). Hay aquí una innegable dimensión cristológica.

 San Clemente de Roma escribía a los cristianos de la comunidad de Corintio: “El Padre bueno y misericordioso en todo siente aprecio por quienes le temen;  con gusto y alegría concede muestras de su gracia a quienes acuden a él con corazón inocente”[11]. Ireneo de Lyon –para muchos, el primer teólogo sistemático- entendió la misericordia como atributo especial de Dios[12].

 Podríamos entenderlo así. Si Dios es amor, su esencia íntima se hace próxima a nosotros por analogía con el amor humano. Porque de la esencia del amor humano brota no el que una persona da algo al otro, sino que se da a sí mismo en el don. Dar todo de sí, es expresión sublime del amor. Hay un despojo kenótico de Dios, que se da todo por nosotros. Pero sigue siendo él mismo. El amor no anula. Ni a quien recibe y ni quien da. El amor después del pecado, es esa Misericordia sobreabundante de Dios. Un bálsamo de amor que cura las heridas. La Misericordia posee siempre la forma interior del amor. Es el corazón que “ve”.

 El amor curativo respeta la dignidad de la persona, que no se pierde ni siquiera por el pecado. Tampoco el pecado original ha cancelado la imagen de Dios en nosotros. Sí la ha ofuscado, quitado brillo y belleza.

La misericordia es el rostro visible y eficaz hacia fuera, de la esencia de Dios Amor. No puede ser considerado un atributo más de Dios. Es la caridad operativa y efectiva de Dios[13].

 Dios quiere que todos los hombres conozcan el Amor y se salven. Veamos la actitud que asume Jesús con quienes estaban excluidos de la comunidad de Israel: los pecadores  y los extranjeros. Ejemplo de ello es la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-37), las escenas en las que Jesús aparece con la mujer pecadora (Lc 7, 36-50) y con Zaqueo, quien se convierte en justo y generoso (Lc 19, 1-10). También podemos mencionar las curaciones del siervo del centurión (Lc 7, 1-10) y del samaritano leproso (Lc 17, 16), pero sobre todo el encuentro de Jesús con los pecadores, que es narrada dos veces en este evangelio (Lc 5, 29-32 y 15, 1-2). En ambos casos se indica que los fariseos se escandalizaron por esta actitud del Maestro. También los fariseos y escribas se habían escandalizado cuando anunció el perdón de los pecados al paralítico (Lc 5, 31). El fariseo Simón criticó a Jesús porque permitió el homenaje de la mujer pecadora (Lc 7, 39). No faltaron murmuraciones de parte del grupo de los piadosos porque se había alojado en casa del pecador Zaqueo (Lc 19, 7).

 Nadie está de más en el Reino de Dios. Todos tenemos un lugar. Nadie sobra.

 Jesús ante los enfermos expresa su ser de divino taumaturgo, sana apelando a la fe del enfermo y sirviéndose a veces de signos sencillos, como el barro en el caso del ciego de nacimiento. No consta en los evangelios que haya hecho uso del aceite, como lo harán sus discípulos (Jn 9, 6). Jesús rechaza la posibilidad de que el hombre deba pagar con su desgracia los pecados ajenos (Jn 9, 2-3).

 La postura de Jesús ante el dolor como mal humano, sirve de inspiración para sus discípulos, que consideran un signo de la fuerza de su obra evangelizadora el poder curar a los enfermos y aun resucitar a los muertos (Hechos 3, 1-10)[14].

 Las curaciones de Jesús remiten en su dimensión corporal a una completa restitución del hombre en sí mismo, a una restauración de la creación caída en el nuevo mundo de Dios[15]. En quienes la salud es un don, se ha hecho presente al Reino de Dios y sus consecuencias. Como lo deja ver las palabras de Jesús a la hija de Jairo o al ciego de Jericó: “Tu fe te ha salvado” (Mc 5, 34; 10, 52).

 Jesús opta por los pobres, enfermos y marginados, dándoles salud, redención e inclusión en el marco social vigente, e invitando a unirse –desde la fe- a la nueva comunidad de discípulos. No hemos de transitar por el camino de una adaptación rendida al dolor (por motivos incluso religiosos) allí donde será necesaria la resistencia contra el.

 Nos dice el papa Francisco: “Jesús, el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona, se identifica especialmente con los más pequeños (cf. Mt 25,40). Esto nos recuerda que todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra. Pero en el vigente modelo «exitista» y «privatista» no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida”[16]. 

4. ¿Tienen vigencia hoy las Obras de Misericordia

Más que nunca quizás. En un mundo enfermo de autoreferencialidad, las obras de misericordia son un contrapeso válido a esa corriente de egoísmo. No pocas veces el enemigo del amor no es el odio, sino la indiferencia. Esta aleja al hombre del excluido, olvida al anciano, mata el “honrar padre y madre”, prioriza la comodidad ante el enfermo que reclama compañía desde su lecho. Pensemos un momento en las personas enfermas. ¿Qué lugar pueden ocupar en este tipo de sociedad? ¿Cómo se pueden sentir si en todo momento se privilegia la rapidez, la eficiencia, la belleza física? El rostro del otro, pleno de dignidad, me convoca a cambiar este paradigma cultural[17].

 Desde los dichos y hechos de Jesús (Mt 25, 30 ss.), la tradición cristiana elaboró la teología de las siete obras de Misericordia corporales y siete espirituales.

        Las obras de misericordia corporales son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar lugar en casa al peregrino, visitar y cuidar a los enfermos, redimir al cautivo y enterrar a los que mueren.

        Las obras de misericordia espirituales son: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, consolar al triste, corregir al que yerra, perdonar las injurias, sufrir con paciencia los defectos del otro, rezar a Dios por los vivos y los difuntos. En su regla, San Benito de Nursia agregaba una más: “No desesperar nunca de la misericordia divina”[18].

 Estamos convencidos que un cristiano con entrañas de misericordia desarrolla en su vida una “sensibilidad” por el otro que sufre, que hace que el dolor –ese cargar solitariamente con el ser[19] –se vuelva suyo, de algún modo. El rostro del otro sufriente me convoca a la responsabilidad.

 Una objeción: se ha dicho que la misericordia es una virtud buena pero no sirve sino para tapar agujeros a través de la dádiva, en el tejido social. No contribuye por sí a forjar un sistema social justo e inclusivo. Más aún, encubriría las grandes asimetrías en la distribución de los bienes sin dar solución de raíz. De esta crítica, ni la Madre Teresa de Calcuta pudo exceptuarse. Pero la afirmación de una cosa no es la negación de la otra. La Doctrina Social de la Iglesia –con sus principios de subsidiariedad y solidaridad intergeneracional e intrageneracional[20]– afirma que cada persona es responsable de sí, pero ha de tener la oportunidad de ejercer dicha responsabilidad en la vida social. La lucha por la justicia en un mundo globalizado en orden a políticas inclusivas, en nada disminuye la energía que se deposita en la obras de misericordia, que la conciencia individual realiza. “El amor –caritas- será siempre necesario incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor”[21].

 La misericordia revela en sus “Obras”, que es ontológicamente superior a la justicia. Ser sensible a la necesidad del prójimo, desaloja cualquier forma de autoreferencialidad malsana y a la postre, falta de alegría. 

         Las obras de misericordia son creadoras de fraternidad, pues quien habita en las “periferias existenciales”, siente la cercanía del donante, y hace suyo el gesto de compartir.

         Además, la persona desvalida por vejez o discapacidad nos educa, nos vuelve menos egoístas, nos evangeliza. Su presencia significa una saludable protesta contra la inmisericorde alianza de culto a la salud, belleza y cuerpo joven. Esta alianza pronto olvida que la condición humana siempre necesita la ayuda de Dios, pues todos – sanos o enfermos- vivimos dentro de nuestros límites.

5. Conclusión

Dicho todo esto, se ve más claro cómo la Gracia Misericordiosa que brota  manos llenas del corazón del Padre enamorado de sus hijos, invade nuestra existencia y opciones de vida.

 La Teología Moral ha buscado en el último siglo un punto central y un eje organizador, tomado de la revelación. La moral cristiana no se cierra en una autosatisfacción narcisista. El Concilio opta por el principio de la caridad. El amor se sitúa como fuente del obrar de los cristianos, pero también es presentado como principio vertebrador de la reflexión moral cristiana. La caridad a Dios y al prójimo es la clave del edificio ético cristiano (cf. Mt 22,34-40; 25,31ss).  En el camino de Jesús no hay espacio para la mera "bondad ética" o filantropía, si no es en el campo del amor sobrenatural que da la vida. De ahí la "obligación de producir frutos en la caridad" (cf. Lc 13.6-9).

 La persona enferma o desvalida por la vejez no puede quedar al margen de nuestra ocupación cotidiana. El calibre de una sociedad bien se puede “medir” por el modo en que se ocupa fehacientemente de sus ancianos y personas con capacidades especiales. Dicho todo esto, se ve más claro cómo la Gracia Misericordiosa que brota a manos llenas del corazón del Padre enamorado de sus hijos, invade nuestra existencia y opciones de vida.

 María, Mater misericordiae, nos estimula en este feliz camino. Ella supo dar todo de sí y es la más pura expresión creatural de la misericordia de Dios.                                                                                                                       

La Misericordia a pleno título, es virtud sin resignación. -

*) Conferencia pronunciada por el autor el 12 de febrero de 2014 ante la 20ª Reunión Plenaria Anual de la Pontificia Academia para la Vida, en el Vaticano

Notas y Bibliografía

[1] En los Padres de la Iglesia el tema está presente sea en Autores particulares o en textos magisteriales. No pocas representan reacciones a posturas gnósticas y docetas. Puede consultarse a CHÉNÉ, J., “Unus de Trinitate passus est”, en Recherches de Science Religieuse 53 (1965) 545-588. En la segunda mitad del siglo pasado el tema se explicitó con el libro de KITAMORI, K., Teologia del dolore di Dio, Brescia, 1975. Le siguieron J. Moltmann, E. Jüngel, J. Galot, F. Varillon y otros. Juan Pablo II le da tratamiento magisterial enDominum et vivificantem de 1986, en los nros. 39 y 41. Una visión amplia la encontramos en FORTE, B., Gesù di Nazaret, storia di Dio, Dio della storia. Saggio di una cristologia come storia, San Paolo, Milano, 200710. Id., Trinità come storia. Saggio sul Dio cristiano, San Paolo, Milano, 20027. 

[2] Cfr. KASPER, W., La Misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana, ed. Sal Terrae, Santander, 2012, pág. 93.

[3] “Dice Sión: `Yahveh me ha abandonado, el Señor me ha olvidado´. -¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido”. Isaías 49, 14-16.

[4] Cfr. NIETZSCHE, F., Obras Completas, El origen de la tragedia desde el espíritu de la música, n 13, pág. 75, Madrid, Aguilar, 1932, 6ta. ed., 5 vols., versión española de E. Ovejero y Maury.

[5] NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra, en Obras Completas, tomo III, Aguilar, Bs. As., 1965, pág. 291.

[6] NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra, ob. cit., pág. 381.

[7] El filósofo argentino Juan José Sebreli ha destacado, como lo han hecho otros, las coincidencias del autor de Así habló Zaratustra con el régimen nazi. Es muy probable que lo que Nietzsche pensó con su moral del señor y el esclavo, es lo que puso en obra el Tercer Reich. Cfr. SEBRELI, J. J., El olvido de la razón, Sudamericana, Bs. As., 2006, pág. 79 ss. Algo similar encontramos en Cornelio Fabro: “La sua distinzione (di Nietzsche) di apollineo e dionisiaco corresponde a  quella di maschio- ariano e femminile-semitico. Lo `Inizio della tragedia´ è una previsione della teoria razzista. FABRO, C., Introduzione al´Esistenzialismo, Segni, EDIVI, 2009, pág. 133.

[8] HEIDEGGER, M., Nietzsche, Ed. Destino, Barcelona, tomo I, 1961-2000, pág. 393.

[9] “Aquel que en un sentido u otro quiere servir de médico a la humanidad, tiene que tomar precauciones contra ese sentimiento (la compasión) que le paraliza en los momentos decisivos y ata su conciencia y su mano hábil y bienhechora”. NIETSZCHE, N., Aurora, enObras Completas, tomo II, Aguilar, Bs. As., 1962, pág. 75.

[10] FRANCISCO, Homilía, Capilla de la Casa Santa Marta, Roma, 16 de septiembre de 2013.

[11] S. CLEMENTE , 1 Clem 28, 1.

[12] S. IRENEO DE LYON, Demonstratio praedicationis apostolicae, 60. 

[13] S. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica I, q. 21 a. 3: “Misericordia est Deo maxime attribuendo: tamen secundum affectum, non secundum passionis affectum”.

[14] San Justino responde a la acusación que los judíos hacen contra Jesús, tachándolo de mago y seductor, en Diálogo con Trifón 69, PL 6, 604.

[15] Cfr. SCHOCKENHOFF, E., Ética de la Vida, Herder, Barcelona, 2012, pág. 352.

[16] FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangeli Gaudium nº 209.

[17] “La civilización del bien-estar consumista ha sido el gran sepulturero histórico de la ideología gloriosa  del deber. A lo largo de la segunda mitad del siglo, la lógica del consumo de masas ha disuelto el universo de las homilías moralizantes, ha erradicado los imperativos rigoristas y engendrado una cultura en la que la felicidad se impone al mandamiento moral, los placeres a la prohibición, la seducción a la obligación”. LIPOVESTKI, G., Le crépuscule du devoir. L´éthique indolore des nouveaux temps démocratiques, Paris, 1997, pág. 52.

[18] SAN BENITO, Regla, IV, 74.

[19] Cfr. LÉVINAS, E., Le temps et l´autre, PUF, Paris, 1991, pág. 55.

[20] Vº CONFERENCIA GENERAL DEL ESPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de Aparecida nº 406.

[21] BENEDICTO XVI, Deus caritas est nº 28.

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García, José Juan, PERSPECTIVAS TEOLÓGICAS EN TORNO A LOS ADULTOS MAYORES CON DISCAPACIDAD, en García, José Juan (director): Enciclopedia de Bioética.

Última modificación: Monday, 6 de July de 2020, 13:36